jueves, 15 de enero de 2015

EL  PASEO  DEL  PRADO  (I)

Desde muy antiguo ha sido lugar famoso en la vida e historia de Madrid y su situación, que se corresponde con la actual, ha recibido en sus diversos tramos distintas denominaciones: Prado de Atocha, Prado Viejo, Prado de San Jerónimo, Salón del Prado, Paseo del Prado, Prado de Recoletos....

Como Prado de Atocha fue conocido el  comprendido entre la actual glorieta de Carlos V y la fuente de Neptuno. Ya en el Fuero de Madrid de 1202 se menciona el  "prado de Tocha"  como dehesa común para los vecinos de la Villa. Lo limitaban los caminos que llevaban a los monasterios de Atocha y de San Jerónimo y a ambos lados estaban las huertas que se extendían junto a la calle de este nombre y un espacio baldío por el que corría el arroyo de Valnegral o  Bajo Abroñigal. En este paraje cuentan los cronistas que Felipe II mandó hacer en 1569 un gran estanque en el que se ofrecieron espectáculos de batallas navales. Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV sus espesas alamedas fueron  uno de los lugares preferidos por los madrileños para sus paseos y esparcimientos.

El cronista Pedro de Medina  en su libro "Grandezas y cosas memorables de España", escrito en 1543, nos habla de ese "ameno, apacible y deleitoso Prado...donde en invierno al sol y en verano a gozar de la frescura, es cosa muy de ver y de mucha recreación, la multitud de gente que sale, de bizarrísimas damas, de bien dispuestos caballeros y muchas señoras y señores principales en coches y carrozas...".

Cervantes, en su despedida de Madrid, cita al Prado y a sus fuentes "de la mejor agua que se hayan hasta agora visto...", en estos versos:

Adiós, dije a la humilde choza mía, 
adiós, Madrid, adiós tu Prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía...

Lope, Quevedo, Calderón, Moreto...y otros escritores hacen las mas variadas referencias a ese Prado al que no solo concurrían señoras, galanes, criadas y escuderos que participaban en todo tipo de exhibiciones, intrigas y aventuras. Remiro de Navarra en 1646, en su obra "Los peligros de Madrid", se refiere a las peleas y duelos que allí se dirimían y la "alta abundancia de profesionales del amor", que por aquellos parajes se encontraban.

Sus frondosa arboleda y las "hermosísimas fuentes que ofrecían lindísima agua", al decir del Maestro Lope de Hoyos, hacían del Prado Viejo el lugar preferido de los vecinos de Madrid de aquellos tiempos.