EL MADRID DE LOS BARRIOS BAJOS. MANOLAS Y CHULAPOS
En la parte de Madrid que desciende hacia el río Manzanares, comprendida a grandes rasgos entre las
calles de Toledo y Atocha, se fueron formando
desde el siglo XVI diversos poblamientos de gentes humildes, emigradas de otros lugares del país que, a duras penas, vivían en y de la Corte como jornaleros, criados, menestrales,
aguadores, traperos, tratantes de animales,
hierros o papel, junto con gitanos,
mendigos, rufianes, prostitutas y lo más
variopinto y desvalido de la sociedad.
Casuchas
y barriadas apartadas y humildes se fueron alzando entre los desmontes y barrancos de estos terrenos
que, por su emplazamiento, se llamaron bajos
dado el desnivel que tenían con respecto a los altos del centro de la Villa en el eje Palacio-Mayor-Sol. Con el
tiempo el término “barrios bajos” se utilizó peyorativamente
para definir la clase social de las gentes que los habitaban.
Algunos
estudiosos de Madrid han querido ver en esta amalgama social de tan diversa procedencia, fundida -como dice Mesonero Romanos- “en el crisol
de la Corte”, el origen del
tópico madrileño típico, que él definía como “arrogante y leal, temerario e
indolente, sarcástico y hasta agresivo contra el poder, desdeñoso de la fortuna y de la desgracia, mezcla del
fatalismo árabe, del orgullo, del
valor y de la inercia castellana...”.
Se
le ha situado principalmente en las barriadas de Lavapiés, el Rastro y Embajadores. Ramón de la Cruz le llamó
“Manolo” y Pedro de Répide explica (sin
ningún argumento consistente que avale su teoría), que este nombre puede venir del hecho de que en Lavapiés vivían
muchas familias judías conversas que bautizaban
a sus primogénitos con el patronímico Manuel, por lo que había tantos Manolos en el barrio que se identificaba con este nombre a cualquier varón. Por extensión, las mozas fueron
conocidas como “Manolas”, descritas en
las obras costumbristas como las hembras típicas del lugar: airosas, altivas, graciosas y desenfadadas.
Las
mozas del barrio bailaban tradicionalmente en las fiestas de mayo ante la Cruz florida, por lo que eran
llamadas mayas o majas. Y por la misma razón, los mozos, mayos o majos.
En
cuanto a la denominación “chulo” que también se les dió, según Répide procedía del vocablo árabe “chaul” que quiere
decir muchacho que acompaña a su señora.
Con este matiz aparece en algunos escritores de los siglos XVII y XVIII, y pasó a definir en el XIX a los hombres del castizo barrio y a las
respectivas parejas.
Precisamente
por las variedades de esas gentes, las barriadas de Lavapiés, el Rastro y Embajadores se convirtieron en
vecindarios con un determinado tipismo
y colorido local cuyos rasgos más característicos en costumbres, vestimentas, modales y hasta habla han venido
siendo retratados desde finales del
siglo XVIII hasta bien mediado el XX por pinceles y plumas de la categoría de Ramón de la Cruz, Goya,
Mesonero Romanos, Ricardo de la Vega,
López Silva, Arniches, Galdós, Baroja,
Carrére, Gómez de la Serna, Díaz Cañabate,
González Ruano o Cela, entre otros muchos nacionales y extranjeros.
Y,
cómo no, también los músicos han recogido en sus composiciones el ambiente y los personajes de estos barrios. Entre otros Francisco Asenjo Barbieri, quien en 1874 creó una obra
lírica titulada “El barberillo de Lavapiés”,
con libreto de Luis Mariano de Larra, hijo del famoso escritor Mariano José de Larra.
Curiosamente, en la actualidad gentes orientales, africanas,
árabes o iberoamericanas procedentes de los más variados rincones del planeta,
se vienen asentando en estos barrios que empiezan a adquirir una nueva
personalidad y configuración popular, étnica y social.
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